9/19/2011

Fotografía, minería y clases sociales a fines del siglo XIX en Pasco

Por Eduardo M. PACHECO PEÑA
PRESENTACIÓN
                La invención de la fotografía en 1826, por Joseph Niépce, es un aporte del campo de la química a la tecnología del entretenimiento. En sus inicios cumplió una función artística, sufragánea de la pintura.  Los daguerrotipistas integraban un gremio de artistas profesionales (Véase Oscar G. Rejlander, Nadar, Henry Peach Robinson, Julia Margaret Cameron o Eadweard Muybridge). Itinerantes, se expandieron desde Europa al resto del mundo. Arribaron a la ciudad minera pasqueña a mediados del siglo XX, su acogida fue inmediata.
                En Cerro de Pasco, los dueños de minas –valiéndose de la instantánea- exhibieron su fisonomía acicalada en las casonas y demás propiedades (obrajes, minas, moliendas mineras y haciendas) que poseían en la región. La fotografía cumplía con la finalidad estética de reportar ante la comunidad urbana, el poder económico y social de su clase.
                Por aquel tiempo, el carácter económico cerreño era definida por la minería decimonónica preindustrial. Como en los siglos precedentes, la extracción minera continuó siendo artesanal. Los conocimientos mineralógicos formaban una amalgama de experiencias empíricas, esotéricas, pre-científicas, rutinarias y no especializadas. En un medio así, lo que los dueños de minas postulaban en política, cultura o educación, religiosamente se cumplía.
                Nosotros, hombres del siglo XXI, con tecnología accesible para captar, procesar y modificar información visual, creemos que sus mensajes tangibles eran fortuitos. No es así. Si bien ejercía un uso social domestico (familiar o amical), la tecnología de la representación de los siglos precedentes era usufructo material e ideológico de las clases sociales dominantes. Hasta antes de su popularización, los costos del rebelado fotográfico andaban muy elevados. En este contexto, constituyeron un acto excepcional los dibujos que realizó Leonce Angrand de los indios y el Aunkidanza del Cerro de Pasco. Estos personajes –como narra Tshudi-, con seguridad habitaron esas chozas que, formando un cinturón de pobreza rodeaban las casonas de Cerro de Pasco. Testigo fiel de ese siglo es una fotografía, de belleza inusual, que fascina al orbe contemporáneo cerreño. Este documento explica por sí solo las glorias y penas de aquella época. Hoy, engalana las paredes de nuestras bibliotecas privadas, páginas periodísticas y salones de la ciudad; incluso figura en algunas páginas web como sucedáneo del mítico emporio minero pasqueño. En una rareza que perdura desde los años fundacionales del Perú contemporáneo (1895-1919). Observemos seguidamente esta joya testimonial del pueblo de Cerro de Pasco.
DESCRIPCIÓN DE LA FOTOGRAFÍA
                Es difícil establecer la antigüedad (1895?) de esta singular ilustración. Desconocemos al fotógrafo que registró magníficamente el ambiente minero. Anécdotas amenas cuentan que su difusión masiva fue fortuita. Procede de uno de los archivos particulares ilustres sobre Cerro de Pasco, y,  por lo mismo, es desconocido para los profanos. Este sólo ejemplar patentiza lo significativo de sus valiosos fondos.
                La lámina nos reserva una geografía visual primordial para comprender al trabajo en el solio minero de fines del siglo XIX, además de reflejar la singular tipología socio-económica y el imaginario ideológico de la ciudad. Es un documento histórico sin igual. De perspectiva triangular agrupa a los personajes en función a la bocamina. Su composición los distribuye en tres planos escalonados: cuatro personajes en el primero, cuatro en el segundo y uno en el plano de fondo. Una disposición secundaria, clásica, los vuelve a ordenar internamente en conjuntos de tres, siendo un eje oculto el japiri que sale de la mina.
                Avistamos que el único personaje de pose rígido e intencional en el cuadro es el dueño de minas. Simboliza en la imagen el punto focal medio donde se encuadra el ojo del fotógrafo. Todo se dispone en torno a él. Es premeditado y artificial el gesto de sostener una hoja contable entre las manos. Se simula su presencia en la mina, nada de su vestimenta indica que participe directamente de la extracción minera. Elegante con un terno estilo inglés de la postguerra de los ochenta del XIX, observa impávido la cámara. Caso diferente al del supervisor o capataz, que aferrando un rifle, se obliga a una postura incómoda y forzada en el plano del fondo. Su elegancia contrasta con la enojosa posición dispuesta para él por el artista. A diferencia del dueño de minas, cuya actividad lo adentra a las reuniones sociales o políticas de la ciudad; el supervisor sí interviene junto a los operarios en la mina en el trabajo directo. Las botas y el fusil personifican su férrea autoridad. La subordinación al dueño de minas es evidente al quedar fijo en el plano posterior a su patrón.
                A la izquierda del plano medio, sentado al pie del dueño de minas, con su comba al lado, figura el técnico minero en plena actividad. Luce una indumentaria y calzado disímil al dueño de minas y al supervisor, o al de los operarios indígenas. Su situación social asalariada le confiere un status de vida distinto al de su empleador o sus subordinados. Él es un nuevo agente del sistema laboral y es capaz de elegir libremente su trabajo. Lo que no pueden hacer los indígenas.
                En el linotipo comentado, los indios del primer y segundo plano, paralizan el trabajo al ser enfocados por la lente. Con su faena a cuestas, la miseria de su ropaje y sus hábitos culturales característicos, se muestran indiferentes ante la cámara; pues cumplen aquí sólo una finalidad decorativa. Sus rostros anónimos –igual a los esbozados por Angrand–, serían ignorados al exponerse públicamente el retrato. Pocos ciudadanos del siglo XIX repararían en las diferencias de sus fisonomías. Eran individuos negados, despreciados y marginados racialmente por los sectores sociales acomodados. Como protagonistas silenciosos de la historia minera, sin planteárselo, en la fotografía transmitieron su oprimida situación económica y social. Por ejemplo, nos informan de la desigual distribución poblacional del PEA del Cerro de Pasco decimonónico. De tres cuartos de población cerreña dedicada a la explotación minera; por cada siete indígenas hay dos criollos o extranjeros en la mina. Es decir, en la urbe, habitaba más campesinado andino sin derechos civiles que ciudadanos.
                Esta foto excepcional fue el canto de cisne de una época en franca declinación. La jerarquía semifeudal y racial exhibida pronto desaparecería. Fuerzas económicas internacionales, del capitalismo monopólico y salvaje, en frenético avance (1902-1908) pronto darían cuenta de ésta. Drásticamente y sin quererlo, al modernizar la explotación cuprífera, impondrían la voz y puño indígenas en el Cerro de Pasco. Los conflictos populares del siglo XX serían consecuencia del naciente orden económico trasnacional imperialista.

EL ESCENARIO
                El espacio social elegido para el fotograbado fue una bocamina, la entrada exterior a la mina. Nótese que al agujero de ingreso le adicionaron muretes de cantería rústica y una puerta de madera para cerrar la entrada. El dato confirma el rango de propiedad privada individual que tenía la mina. La bocamina debió estar en los alrededores de la ciudad, pues hay ausencia de recintos urbanos próximos. Era frecuente hasta inicios del siglo XX encontrar bocaminas en los mismos corralones de las viviendas cerreñas, cuyos desmontes se arrojaban a la vía pública. En la época el municipio local lidiaba con la “bazofia minera” (escombros de tierra sin mineral) que los dueños de minas, amparados en la Ley de Minería, abandonaban a la vera de las calles. Lo que no es el caso de la representación comentada.
                La seguridad peculiar en la mina la forzaba los hurtos habituales de mineral. Quizá obligados por la necesidad material, algunos operarios sustraían la plata de su labor y en una transacción desfavorable para ellos mismos, la entregaban a los ‘bolicheros’ a cambio sólo de comestibles. Los juqueros, ladrones especializados en el robo del metal en cualquier etapa de su procesamiento, también esperaban alertas los posibles descuidos en la mina; de modo similar a los pellejeros o ladrones al menudeo, que robaban o compraban la plata robada, y las escondían en bolsones de cuero de vaca, para su posterior comercio.

                En la parte frontal inferior del retrato, unido por un sendero semicircular a la bocamina, percibimos la ‘cancha’ o plazoleta. Allí se depositaban los minerales y trabajaban los pallaqueros quebrando las rocas de mineral. De este lugar, los fragmentos de plata se enviaban a la molienda.

LOS TRABAJADORES MINEROS
                Los nueve personajes de la foto revelan parte de la jerarquía social de la gente encargada de la extracción y procesamiento minero. Esta jerarquía regida autoritariamente por el sector administrativo dominante al sector proletario avasallado, mantenía la siguiente estructura laboral:
Sector administrativo dominante: de biotipo ario o pálido, de procedencia criolla capitalina o extranjera, con o sin educación formal, dirigían la actividad extractiva en todas las etapas y usufructuaban los beneficios máximos de la actividad económica. El status más alto la tenían los dueños de un número considerable de minas, ingenios y haciendas ganaderas o de pan llevar. Luego venían:
Los rescatires que compraban por anticipado o al contado la plata de los dueños de minas. Poseían firmas comerciales en el extranjero, Lima y Cerro de Pasco.
El minero dueño de la mina, que administraba directamente su posesión desde su buró en la ciudad o la capital del país.
El supervisor o mayordomo de la mina, que era el empleado encargado de supervisar y vigilar la actividad extractiva. Ejercía un maltrato laboral brutal con los obreros indígenas.
El Técnico en Minería cuyo trabajo remunerado se requería para solucionar problemas técnicos en la mina, implementar tecnología minera o establecer la calidad y pureza del mineral.
El bolichero, personaje turbio, estaba a cargo del horno artesanal de fundición.
Sector proletario avasallado: de biotipo cobrizo y pómulos salientes; de procedencia campesina andina, agraria o ganadera; en su generalidad analfabetos y pobres; sobre sus espaldas reposaba el trabajo duro de la explotación minera con formas laborales serviles, semiserviles y, en pocos casos, asalariados. La edad del trabajador fue variable, incluso hubo niños (a un lado de la bocamina se observa la imagen tenue de un niño). Obligados por deudas, cargas feudales, a cambio de alimentos o por unas cuantas monedas, los obreros mineros presentaba los siguientes matices:
El auqui o barretero, cuya tarea principal era cortar el mineral con martillos, combas, cuñas, empezadores, famulias y barretas. De Rivero y Ustariz apunta que ellos “son los que más ganan y requiere tener vigor, inteligencia y actividad” (pág. 276). El ‘bombero’ que estaba a cargo de desaguar o ‘bombear’ el agua de las minas.El hapiri, japiri, apiri o chaquiri,  que cargaban el mineral u otro material en la mina. Su calificación proviene del quechua ‘apay’ (cargar, transportar) El palliri o chancador que fragmentaba el mineral para que sea más fácil su acarreo y molienda. El canchero encargado de vigilar la ‘cancha’ o plazoleta donde se depositan los minerales extraídos de las minas. Los cargadores que transportan el combustible hacia los hornos o trapiches. El repasari que con los píes bate diferentes metales y compuestos para asociarlos. Los beneficiadores que son los dedicados a sacar plata del mineral.

ALGUNOS HÁBITOS CULTURALES DE LOS OPERARIOS ANDINOS
                En esta parte de la figura se ve a dos pallaqueros y tres japires con sus capachos. Los capachos utilizados eran de dos a tres arrobas (12 kilos por arroba), muy incómodos que hacían doblar el espinazo al japiri. Vemos que cuatro de los trabajadores están chacchapando (masticando coca con la llipta –ceniza de quinua– reservado para el ‘acullico’ –tiempo de descanso–). Un japiri sentado descansa llevándose a la boca el carril (‘calabazin’) con la llipta. La vestimenta de los japires y los dos pallaqueros esta envejecida. Consta de shucuy u ojotas de cuero (calzado rústico andino) en los pies, medias gruesas de lana hasta las rodillas y unos gregüescos de bayeta. Complementa el atuendo un chaleco negro y una camisa blanca de bayeta, con un sombrero viejo (el chuko). Los operarios indígenas se adentran a la mina sin ningún tipo de protección. Debido a esa razón están expuestos a los peligros de la mina: enfermedades y accidentes. Laboran expuestos a la neumoconiosis o contaminación por polvo de sílice cristalina, al saturnismo, a la pulmonía crónica y el mercurialismo o ‘mal del azogue’. Se desconoce el índice de mortalidad indígena porque no existen informes del tema.  

5. CARACTERÍSTICAS DE LA JORNADA LABORAL
                La jornada normal de trabajo o ‘punchao’ era de diez a doce horas diarias, con tres descansos de media hora cada uno (acullico). En el frontón o suyo (perspectiva de labor de una veta), el régimen laboral comprendía diversas formas de trabajo:
a)       La tarea o cantidad proporcionada de tiros y viajes que entregaba el operario para ganar su jornal.
b)       El ‘maquipura’ o contrato para que al operario le pagaran sobre la marcha de su trabajo.
c)       La mita o tiempo que el operario requiere para completar su tarea o jornal.
d)       La partición o trabajo sin otro estipendio que la división convenida con el dueño, de lo que saliera de la mina.
e)       El permisero o contrata con el dueño para extraer mineral por un corto y determinado número de días.
f)        La señoranza u cuota que se paga al dueño del trapiche por moler un cajón de mineral.
g)       La dobla o trabajo de los operarios desde al anochecer al día siguiente, también conocida como ‘guarache’.
En todas las variantes siempre salía desfavorecido el operario indígena.





BIBLIOGRAFÍA
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DE COS, Jesús y Miguel Francisco MORENO
(s.f.) Historia de la fotografía en comic. CIALIT, S.A., Barcelona-España .
DE RIVERO Y USTARIZ, Mariano Eduardo
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JANSSEN SAMANEZ, Verónica
(2007)    Cajamarca, un siglo de fotografía. 1850-1950. Antares, Artes y Letras-ICPNA, Lima.
HUAYHUACA, José Carlos (s.f.)         Martín Chamba fotógrafo. IFEA-Banco de Lima, Lima.
MARANGONI, Giorgio 
(1977)    Evolución histórica y estilística de la moda. Del siglo XVII a la conquista de la luna. SMC, Milán-Italia.PONENTE, Nello  
(1965)    Las estructuras del mundo moderno. 1850-1900. Albert Skira, Génova-Italia.
POOLE, Deborah 
(2000)    Visión, raza y modernidad. Una economía visual del mundo andino de imágenes. SUR-Project Counselling Service Consejería de proyectos, Lima.
VARGAS LLOSA, Morgana
(2003)    Las fotos del paraíso. Alfaguara, Madrid-España.
VEGA, Juan José  
(1997)    Viajeros notables en Pasco y otros estudios pasqueños. UNDAC, Cerro de Pasco.




9/06/2011

EDITORIAL del segundo numero del mensuario cultural El jinete insomne

Acuciosos lectores preguntan  el por qué del título  de este mensuario  de cultura. Intuyen se trata de un trasvase de la celebrada nominación de la tercera novela de la saga La guerra silenciosa de Manuel Scorza. Otros, imaginan que es un homenaje a esa  novela y un reconocimiento  a su autor. A  primera vista así parece. Mas, el propósito de esta elección va más allá. El jinete insomne,  título de la novela Scorziana, siendo una frase feliz, cargada de energía metafórica y fuerza mítica, destinadas develar la injusta realidad social que sufría el campesinado de Pasco, encierra un significado profundo, de candente actualidad y tiene una elocuente y breve anécdota.

            Bien sabemos que los títulos de algunas consagradas obras literarias son construcciones lingüísticas pletóricas de imaginación y sugerencia. Los procedimientos de su elaboración son variados, responden a motivaciones diversas y arriban a hallazgos felices. El poder simbólico de la nominación El jinete insomne, se origina en la etapa dedicada a la creación poética de Scorza. Por entonces no asomaba aún, en el escritor, la urgencia de escribir narrativa. Inquieta sus días y sus noches un fabuloso proyecto, escribir tres vastos poemas en tono épico y trasfondo histórico. Primero El cantar de Tupac Amaru homenaje al más importante intento revolucionario por sacudirnos del yugo colonial español, liderado por el héroe de Tungasuca; segundo El cantar de la guerra de los pelados, destinado a relievar la lucha por la recuperación  de la tierra, dirigida por Emiliano Zapata, en la revolución mexicana de 1910; y tercero El cantar del jinete sin sueño, destinado a relievar la lucha por construir la integración y liberación continental sudamericana, protagonizada por  Simón Bolívar. De estos tres proyectos solo se logró editar parte del primero. El último quedó flotando  en su imaginación. Más tarde, una vez iniciada la creación de las novelas que tratan el movimiento campesino de la recuperación de las tierras cautivas por los hacendados de Pasco, luego de editar  Redoble por Rancas y Garabanbo el invisible, insurge   la indeclinable imagen de Don Raymundo Herrera, líder campesino, insobornable, cauteloso vigilante de los legítimos títulos de tierras de la comunidad campesina de Yanacocha, quien  para lograr su cometido renuncia a dormir y se impone la epopeyica tarea de cabalgar innumerables noches y días, extensas distancias  buscando el lugar seguro donde esconder el preciado título que garantiza la seguridad y justicia para su pueblo. Así  la frase el jinete sin sueño, que ya dormía  en el olvido, dado a que el cantar había perdido interés en ser concluido trocose en El jinete insomne. La cadente actualidad de este título consiste en reconocer a quienes han decidido cautelar los sagrados derechos de su pueblo. A quienes se imponen la misión de renunciar a dormir  y están despiertos. A los que mantienen su consciencia alerta, vigilante y transitan por esta existencia con los ojos abiertos y el corazón insobornable.

            Esta revista reivindica a Don Raymundo Herrera, a Manuel  Scorza. A demás, sobre todo, a aquellas personas que han demostrado y demuestran con sus actitudes, la tarea de cautelar los valores históricos y culturales de nuestro pueblo que urge de una vida más equitativa, digna, a la altura de su enorme sacrificio.
            La primera edición de El jinete insomne  viene despertando interés. Diversas opiniones se levantan, expresan una voluntad cuestionadora, una renovada actitud de renuncia ante el conformismo. Estamos así en el umbral de un periodo creativo que debe orientarse en diversas direcciones y vivificar las distintas expresiones de cultura. Por ello dejamos nuestra gratitud y reconocimiento. La existencia  de este mensuario depende de todos los espíritus  despiertos. Entendamos con generosidad y autocrítica el sentido de este título en el proyecto personal y colectivo de nuestra vida.